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Día Mundial del Migrante y el Refugiado

Queridos hermanos,

adjunto encontrará una reflexión de la Dirección General de la Congregación de los Misioneros de San Carlos Scalabrinianos con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, con la invitación a unirse al Papa Francisco en la oración.


Obligado a huir


Día Mundial del Migrante y el Refugiado




El exilio o la fuga es una experiencia profundamente arraigada en la vivencia humana. Se escapa de algo incontrolable que no puede ser manejado y que no puede ser tolerado. A nivel individual se escapa de la familia, cuando el amor cede el paso al control o la violencia. Se huye del ambiente cuando nos quedamos sin aliento. Se huye del país cuando las fronteras se vuelven demasiado estrechas y el horizonte demasiado cercano. Se huye del trabajo para buscar nuevas posibilidades.



Huir no se considera un gesto noble. A menudo se entiende como cobardía. El valiente no huye, sino que enfrenta y lucha. Se queda para cambiar lo que es inaceptable, para que al menos la próxima generación pueda disfrutar una realidad mejor. Huir es cobardía, especialmente cuando se trata de escapar de uno mismo, de las propias responsabilidades. Es desesperación cuando se huye de lo irreal, en la mentira de los gozos artificiales y pasajeros. Huir es casi siempre una tragedia. A nivel personal deja heridas que apenas se curan. A nivel colectivo deja muertes en el camino, vidas destruidas, escombros abandonados. Huyen los Rohingyas de Myanmar, las caravanas de América Central, la gente desesperada escapa de Venezuela.


Obligado a huir. De este modo el Papa Francisco mira a los desplazados internos. Forzados porque la lucha es desigual, las posibilidades de sobrevivir prácticamente no existen. ¿Qué se puede hacer contra los grandes cataclismos, terremotos, huracanes, tormentas e incendios? El planeta está al extremo, lo hemos escuchado muchas veces. El calentamiento global crece, los eventos climáticos extremos aumentan en frecuencia e intensidad. Obligados a huir, casi siempre dentro de su propio país, a veces a un país vecino. Y demasiadas veces se permanece huyendo, porque el regreso es imposible. Desplazados, sin un hogar, sin coordenadas donde se articula el significado y la vida adquiere sentido. ¿Cómo hacer frente a este fenómeno que se repite cada vez más a menudo? En primer lugar, no permitiendo que se ignoren sus causas. También sobre este aspecto, la sociedad sufre de esquizofrenia. Por un lado, el conocimiento de que el cambio climático se debe al comportamiento humano está bastante extendido. Los jóvenes, quienes quedarán con un mundo más arruinado de lo que sabemos, lo han convertido en su batalla. Por otra parte, siempre hay líderes que niegan las pruebas basándose en los beneficios económicos inmediatos, y todos, incluidos los jóvenes, nos comportamos de forma incoherente. Nos recuerdan todo esto las imágenes de los ríos y océanos llenos de plástico.



En segundo lugar, actuando, porque entre los que se ven empujados a huir, como entre los que se ven obligados a quedarse debido a la pandemia de COVID-19, los migrantes son los menos protegidos. En tercer lugar, prestar una visión integral al fenómeno. Esto implica no sólo la ayuda inmediata a los que huyen, sino también la asistencia, para que sus vidas puedan reconstruirse y exista la posibilidad de un camino autónomo y sostenible, sin depender de la asistencia. Es en este sentido que la congregación ha actuado en los últimos tiempos.

Recordamos en particular la intervención en Haití, después del terremoto, con las diversas iniciativas a nivel constructivo y educativo, pero también con la panadería, la fábrica de pasta, la granja de pollos. O las iniciativas en Filipinas después del tifón Haiyan, con la ayuda a los niños que van a la escuela, la reparación y la construcción de casas para los que se quedaron sin hogar. Esta es, en general, la filosofía que guía las intervenciones en las casas de acogida y en los centros de atención a los migrantes. Hoy en día estamos pensando en la intervención hacia los haitianos en Sudamérica o en este tiempo de emergencia, ayudar a los venezolanos en Colombia y otros países. Acoger, pero para dar condiciones de recuperarse y empezar de nuevo.

La Jornada Mundial del Migrante, que nos encuentra casi en cualquier parte detenidos o forzados a actividades mínimas, debe ser una oportunidad para prepararnos para ayudar a aquellos que serán obligados a huir y que en el futuro serán siempre más.



La reflexión puede extenderse a otras consideraciones. La fuga se experimenta generalmente como una derrota, pero a menudo es el comienzo de algo nuevo e inesperado, porque toda fuga tiene un doble aspecto: es una fuga de y una fuga hacia. Es huir de algo o de alguien y siempre es doloroso porque en toda realidad, por más opresiva que sea, hay ambigüedades y aspectos que tienen un lado positivo. Los judíos en el desierto se arrepienten de las legumbres, los peces y las cebollas de Egipto. A veces nuestro papel es ayudar a escapar, porque el huir es la única solución racional a una condición de esclavitud. No obstante, el salir también tiene una dimensión de perspectiva, es huir hacia algo. A menudo es una ilusión, quizás alimentada por las mentiras del mundo de los medios de comunicación. Otras veces se trata de la fidelidad a los propios sueños, de anhelar más. Nuestro papel consiste entonces, en ayudar al discernimiento de aquellos que buscan vida y la vida en abundancia. La literatura religiosa y profana está llena de historias de fugas que se han convertido en el principio de algo grande. Siddhartha huye del palacio real para comenzar el viaje que lo convierte en el iluminado: el Buda. Huye el pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto para entrar en la tierra prometida. Huye Mahoma de la Meca a Medina, rompiendo los antiguos lazos tribales y comenzando el primer núcleo del estado islámico. Son opciones libres, no forzadas, pero la distinción entre elección y restricción es a menudo muy sutil. Como Scalabrini vio objetivamente en las migraciones, causa de sufrimiento y la posibilidad de desarrollos inesperados, también nosotros debemos estar al lado de los que huyen para ayudar a vislumbrar nuevas perspectivas. No todas las huidas tienen éxito, lo sabemos. El regreso puede ser una derrota peor, especialmente cuando se trata de un regreso a la mediocridad de la que se quería escapar. ¿De qué cosa y hacia donde estamos huyendo ahora en la Congregación? Escuchando las voces que podemos captar no hay grandes novedades.



Algunas personas huyen de sus compromisos, de sus promesas de refugiarse en una rutina hecha del mínimo indispensable, favorecida por la pandemia que disminuyó el ritmo de todo el mundo. Alguno escapa de la búsqueda, del descubrimiento, se es feliz de repetir las mismas cosas de siempre, sin y sal sin sabor. Alguna persona huye de la congregación esperando encontrar la plenitud sin los vínculos religiosos, sin la comunidad. Alguno escapa hacia el mundo de las relaciones de las redes sociales, a las relaciones en las que uno puede esconderse detrás de un medio de comunicación.

No hay mucho de nuevo en todo esto, pero siempre es un motivo de reflexión. A todos nos gusta la congregación “que sale”, porque es impulsada por la caridad. Nos gustan los que huyen del presente, atrapados en la imposibilidad de actuar, para imaginar y preparar el mañana. Los que huyen del aislamiento de su propia habitación para encontrarse con los cohermanos y tal vez se enfrenten a ese discurso siempre silencioso. Los que huyen de la banalidad para tener más tiempo con Dios. Aquellos que no huyen de sí mismos y se dejan abrazar por la misericordia de Dios.





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